Época: ibérico
Inicio: Año 300 A. C.
Fin: Año 99 D.C.

Antecedente:
La escultura

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

Buena parte de las esculturas del Cerro corresponden ya a la etapa en que las culturas ibéricas ha caído bajo el dominio político de Roma, con la consecuencia de que su arte iba a verse modificado con el tiempo, a resultas de ese hecho decisivo. La continuidad de la tradición artística anterior y la renovación de los productos de los talleres ibéricos por la presencia romana tienen precisamente allí un perfecto ejemplo con la realización, al estilo del taller, de los palliati o las figuras retratísticas.
Muchas obras pueden ser tenidas como producto de esta etapa de transición. Recordemos, por citar algunas que enlazan con los tipos escultóricos más antiguos, a los leones, toros y otras figuras animales, realizadas también con sentido funerario ya en época romana, entre ellos los leones de Borros y Asta Regia, en Cádiz, los toros de Osuna (Sevilla), o la Loba del Cerro de los Molinillos de Baena (Córdoba).

Un notable conjunto de esculturas y relieves de Osuna y Estepa figuran entre los reconocidos habitualmente como expresión del paso de la tradición ibérica a la ya romana o iberorromana. El más importante procede de Osuna, la antigua Urso, de floreciente pasado protohistórico y convertida en colonia por decisión de Julio César. Los relieves de esta ciudad constituyen otro conjunto de valoración y clasificación difíciles por el hecho de que no aparecieron en su lugar originario, sino como piezas aprovechadas para la construcción o el relleno de una muralla de emergencia, levantada en la ciudad por los pompeyanos para hacerse fuertes contra los partidarios de César. Construida sobre parte de la necrópolis, quedaron en ella apilados buena cantidad de sillares, elementos arquitectónicos diversos y piezas escultóricas y relivarias, procedentes en general de los monumentos funerarios desmontados al efecto.

Los ensayos de poner en orden las obras, como el realizado por Pilar León, tienden a distinguir, al menos, dos series de distinta época: de la transición del siglo III al II a. C., y de comienzos del I a. C. A la primera corresponderían, entre las piezas más representativas, una estela de forma aproximadamente triangular con un jinete, y sillares con los relieves de un guerrero a pie, unas damas oferentes, o el célebre sillar de esquina con dos figuras femeninas, una de ellas con una especie de capa, y otra con túnica ceñida por un ancho cinturón, que toca una doble flauta. Es esta la obra maestra del grupo, sobre todo por el primoroso trabajo del relieve y el porte digno de la figura. Muestra cierta desproporción, con una ya familiar macrocefalia. Es particularmente cuidadoso el peinado, muy complicado, a base de dos trenzas que rodean la nuca, sobrepuestas a un gran flequillo en cascada sobre la frente. Es curioso que repita casi exactamente un peinado que se puso relativamente de moda para estatuas varoniles griegas del primer clasicismo; el que lucen, por ejemplo, el Poseidón del Cabo Artemisión y el llamado Efebo Rubio.

La serie más moderna representa, sobre todo, escenas de guerreros y, seguramente, juegos rituales funerarios, como el de la escena de la que queda un fragmento de un hombre bajo las garras de un gran felino. Los guerreros llevan caetra o escudos alargados de origen céltico, y algunos son de tipo ya claramente romano, como el célebre cornicen, la figura más airosa del conjunto. No obstante, en ésta como en las demás, se advierten las limitaciones de un taller que parece deudor de la tradición plástica anterior y puesto al día como efecto de la romanización, que se desenvuelve con mayores dificultades en las superposiciones e imbricaciones de figuras para la representación de las escenas de lucha o de otro carácter. Ciertos paralelismos con los relieves romanos del llamado Altar de Domicio Enobarbo, han apoyado la posibilidad de una fecha cercana al año 100 a. C. para esta segunda serie.

Los relieves de guerreros de Estepa son de estilo muy parecido, y también reflejo de la romanización de los talleres turdetanos. Es el fenómeno artístico que puede representar también la escultura funeraria de un grupo matrimonial, hallada en la Torre de los Herberos, donde se localiza la antigua Orippo (en el término de Dos Hermanas, Sevilla). Visten a la romana, y a esta tradición corresponde el tipo escultórico, pero en su arte se advierten rescoldos de la plástica ibérica. Están esculpidos en caliza, estucada y pintada después, como la Dama de Baza. A. García y Bellido fechó el grupo hacia el cambio de Era.